DAR EL EJEMPLO
¡Indignación!

Para los que vivimos en Santo Domingo, salir a cumplir cualquier compromiso laboral o de naturaleza social, en las noches o los fines de semana, cabe dentro de las actividades rutinarias que incluimos como parte de nuestros afanes cotidianos y para liberar tensiones acumuladas.

La noche del sábado pasado fue uno de esos momentos en que salí a compartir con unos amigos. Durante todo el trayecto de regreso hacia mi residencia el panorama que pude percibir fue realmente desolador.

Vehículos de todo tipo aparcados encima de las aceras u ocupando lugares inadecuados en las vías; gente ingiriendo alcohol casi en medio de las calles; bocinas con música bien subida de tono. Todo un caos que me hizo sentir un ser de un mundo distinto al que hemos ido construyendo, donde el desorden y la violación flagrante y recurrente de las normas es la regla y no la excepción.

Y si grande fue mi desaliento e impotencia por ese escenario caótico, que se repite sin que a nadie parezca importarle, mayor fue mi indignación al percatarme de que las calles estaban a merced de los antisociales, porque no había ni un solo miembro de los organismos de seguridad.

Recordar que la seguridad ciudadana es un bien público y que como tal el Estado está en la obligación de garantizarla. Y lo ha hecho el presidente Danilo Medina con medidas como el reforzamiento de la vigilancia con el patrullaje mixto de miembros de la Policía Nacional y de las Fuerzas Armadas en las calles, por ejemplo.

Pero, ¿dónde estaban los policías pagados con dinero del erario para garantizar mi integridad física y permitirme el libre tránsito, como ciudadana dominicana con derechos y deberes que cumplir? Nunca los vi. No pude pararme a quejarme con ninguna autoridad, porque simplemente no estaban.

Es como si los fines de semana y en horas nocturnas el personal estatal de seguridad ciudadana se va de vacaciones o sus superiores los dejan libres de toda responsabilidad.

No puede ser posible que esto ocurra, cuando somos conscientes de que al margen de las cifras oficiales, los índices de criminalidad se disparan, y que la mejor muestra de ello es el temor que siente la gente de salir a las calles. Y ya ni siquiera a divertirse un rato, porque tienen la sensación de que en caso de ser atacada por un malhechor no hallará a ningún agente que la defienda.


Estoy plenamente segura de que justo esa noche en que mi paciencia estuvo a punto de estallar, otras personas vivían igual decepción. Aquella infausta experiencia es propicia para preguntar, ¿de qué sirve tener casi 100,000 militares y más de 40,000 policías?